lunes, 29 de noviembre de 2010

Cantagallo


Así es que un día cualquiera, muy contrariamente a lo que pensabas, descubres que el café es blanco y empiezas a abrir un poco más los ojos.

En San Jerónimo, cerca de la sierra de Cantagallo, el gallo canta demasiado temprano, a eso de las cuatro de la mañana. “Tatín” viene a despertarme, aunque ya llevara un par de horas esperándole. Anoche me recibió en su casa, una humilde y pequeña casa en una humilde y pequeña comunidad de campesinos que se dedican, básicamente, al cultivo de frijol y café. Estamos aquí para conocer como es la vida de estas personas, como trabajan sus cultivos de café y como de duro es sacar adelante la producción.

Un café y al trabajo. Pasamos antes por casa de su madre, donde me enseña los frutos del café. Ahí me desenmaraña todo el lento proceso de producción: selección de la semilla, preparación del terreno, plantación, transplante, espera, el “chapeo” de las malezas, espera y más espera... luego la recogida del fruto, un fruto rojo del que salen dos granitos blancos de café al que hay que quitar la “musila”, se fermenta durante un día, se seca, de ahí viaja a la cooperativa, que almacenará todos los granos de café en un silo. Entonces comienza el viaje de los granos de café, el proceso de selección de los mejores granos, el secado, la cata, el empaque... Para. ¿Todo esto solo por una taza de café? 

Pero hoy toca recoger frijoles, que ya están listos, esperando en su vainas a que la mano del hombre los ponga a secar al sol de la sierra. Y durante la mañana mucha conversación, que ya había empezado viendo amanecer desde el patio de su casa. Tatín me cuenta que estuvo en el Frente durante la guerra, en aquella montaña del fondo, “los somocistas eran la basura en la comida, se metieron muy dentro, así que teníamos que ir a botar la basura”. Un intercambio de preguntas continuo, como es la vida en España, que tan lejos está. Me habla de Dios. Me cuenta como es su vida durante todo el año, qué problemas enfrenta la cooperativa, cuanto trabajo hay en el campo y que duro es trabajarlo. Pero siempre sonriente. Igual que sus cuatro hijos, Jamelik, Edwin, Kenia y Leonel, su mujer Elsa, que me cuenta todo lo que están luchando las mujeres de la cooperativa para sacar adelante sus gallinas con el bono productivo. En todo momento sonrientes y dispuestos a la conversación. Los nicaragüenses tienen un continuo diálogo, aún no han perdido esas formas comunitarias, esa enriquecedora relación cercana con el vecino.

Cada uno de nosotros trabajó y conoció a una familia. Todos tuvimos la misma experiencia intensa, cada cual se llevo mucho de sus familiares. Conocimos la Nicaragua que trabaja dignamente y que vive humildemente, la base donde se cimenta este país que poco a poco va levantándose de años muy duros, que mucho necesita si, pero que el doble ofrece a quién se para a escucharle. Nos comentaban que tardaremos en asimilar todo lo que hemos vivido estos días, a lo mejor no en un mes, ni siquiera en pocos años. Pero siempre esta experiencia estará ahí. Nunca olvidaremos a estas mujeres y hombres que por dos días nos abrieron la puerta de su casa y que nos trataron como a su propia familia.

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